Los gobernantes del Grupo de los Siete países más desarrollados generalmente coinciden al expresar sus inquietudes sobre China. El problema es cómo pasar de las palabras a los hechos.
En los últimos dos años, el gobierno del presidente Joe Biden ha tratado de reformular la relación con Beijing y obtener el apoyo de naciones de mentalidad similar en busca de una respuesta enérgica a lo que funcionarios en Washington y otras democracias occidentales llaman la “coerción económica”.
Pero el G7 también necesita cooperar con China en asuntos globales más amplios como el cambio climático, Corea del Norte, la guerra en Ucrania y los problemas de las economías en desarrollo endeudadas.
En la cumbre que se celebra esta semana en Hiroshima, funcionarios estadounidenses dicen esperar que los líderes del G7 aprueben una estrategia unificada sobre “coerción económica”, que definen como represalias económicas por políticas consideradas contrarias a los intereses de otro país, en este caso, China.